Empate estéril de la Balona
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Los albinegros suman en Murcia, pero se alejan siete puntos del quinto puesto.
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Los locales se adelantan antes del descanso al que los linenses llegan sin lanzar a puerta.
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La Balompédica volvió mejor, empató y demostró después una incomprensible falta de ambición.
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A. Fernández: «Supimos sufrir y esperar nuestro momento».
Empate inútil, pero empate al fin y al cabo, para una Real Balompédica a la que las matemáticas indican que ya solo le queda pelear por la séptima plaza (de la que está a dos puntos) por aquello de jugar la próxima edición de la Copa. Que para un equipo que empezó hablando de ascender como campeón no suena ni a pedrea. Bueno, además de pensar en el boleto para el torneo del KO no haría mal en sellar de una bendita vez la permanencia en esta horripilante Segunda Federación, porque, por el camino que va, la cosa va a terminar festejándose. Y es que aunque parezca que está todo hecho (y posiblemente lo esté muy pronto) cuando en una misma jornada ganan Manchego, Antoniano y Rácing Cartagena da como un poquito de repelús. No hay que engañarse, otra vez están los de La Línea más cerca del precipicio que de la quinta plaza.
En La Condomina no pasó nada nuevo. Nada que los balonos no hayan visto ya un sinfín de veces en este curso que parece no terminar. Seguramente porque con lo que hay, está escrito una y mil veces, le da para remontar a un Vélez en descomposición, pero poco más. La Balona acabó dando la sensación de conformarse con un empate que le vale solo para decir que Fernández Rivadulla ya ha sumado fuera de casa. Pero seguramente detrás de esa impresión, la realidad es que no tiene ni fútbol ni piernas para pelear por mucho más. Treinta interminables jornadas no pueden estar equivocadas.
El técnico gallego (del que está dicho que no es más que la enésima victima de esta andadura) arrancó con una curiosa maniobra: jugar sin nueve puro justo una semana después de que su centrodelantero (Aridane Santana) hubiese anotado un hat-trick y se hubiese reivindicado. No se antoja la mejor forma de darle confianza. Los entrenadores manejan razones que la razón del resto de los mortales no entiende. A pesar de eso los albinegros hasta salieron bien. Seis-siete minutitos tocando el balón, en campo contrario. Disfrutaron incluso de una de Fran Carbià tras combinar con Pepe Greciano. Pero todo era un espejismo.
Desde ese momento el UCAM comenzó a jugar con criterio. No dio un paso adelante, Dio dos. Alberto Monteagudo, que había visto a la Balona unas pocas de veces, mandó cargar el juego sobre Luque, consciente de que Ángel Mancheño es… digamos vulnerable y de que Pepe Greciano tampoco es que le ayudase demasiado en las tareas defensivas. La sensación de peligro era recurrente cuando el balón circulaba por aquella zona.
Y en una de esas el atacante regateó al zaguero dentro del área, mandó al suelo al lateral balono e intentó un centro que se envenenó. Sobre todo para Facu Ackerman, que parece haber bajado el listón de un tiempo a esta parte y ya no se antoja ese portero hípersolvente de la primera parte de la competición. Iba a remachar Santisteban a puerta vacía, pero no hizo ni falta. El esférico se fue dentro directamente. Habían pasado 27 minutos.
Cabía esperar una reacción. Un al menos que parezca que «nos estamos jugando la vida». Pero la Balona llegó al descanso sin lanzar entre los palos.
Tras el intermedio la Balompédica salió con otra intención. Con ganas de voltear la situación. El míster deshizo el entuerto y dio entrada a Aridane Santana. Y aunque suyo no fue el gol del empate sí que tuvo mucho que ver. Antonio Romero sacó un córner y el canario entorpeció tanto a Miguel Serna que su despeje de puños del cancerbero quedó en despejito. Lo justo para que el balón le cayese a Sergi Monteverde, que empaló con gusto.
No es que la Balona tuviese a su merced al UCAM. Pero el arranque del segundo periodo, el gol y el consiguiente empate habían creado muchas dudas a los universitarios. La igualada valía casi lo mismo que la derrota, así que cabía pensar que los visitantes iban a perseverar. Pero los de La Línea se hicieron chiquititos otra vez. Una falta de ambición difícil de entender. De asimilar.
De medio campo hacia adelante no había nadie que siquiera parase el balón para proyectarlo. Hasta Fan Carbià (especialmente vigilado porque al técnico local le gusta y mucho) estaba desaparecido. Rivadulla -como tanto se le criticaba a Mere- tardó un mundo para efectuar los cambios. Y alguno de los que hizo (central por central cuando el empate no te vale) es de esos que solo entienden los que tienen el carnet.
Tampoco es que los católicos se desmelenaran. Crearon dos o tres situaciones que pudieron darle resultado. Sobre todo una que rozó el poste en el 61′ y un intento de chilena de Arturo en el 85′. Pero Ackerman no tuvo la oportunidad de hacer esa parada que tanto ansían los guardametas para redimirse.
El final del partido fue chungo. No deslucido. Chungo. El UCAM, que al menos sí que parecía ganar a toda costa, lo embarró con un par de acciones cancheras más que criticables, una de las cuales (un coscorrón a Fran Carbià) le valió la expulsión a su capitán, José Cruz a falta de un minuto.
El desenlace, cargado de impotencia, era la viva imagen de dos equipos que arrancaron el verano con grandes ínfulas (y grandes desembolsos, tampoco hay que ocultarlo) y a los que la realidad de esta competición mediocre ha dado un bofetón de realidad. Una realidad que dice que, con apenas cuatro jornadas por disputarse, están a siete puntos de play-off y con solo cuatro de ventaja sobre la plaza que puede condenar a la promoción. Que esto acabe pronto. Por el bien de todos.