La Balona se aferra a la vida
-
Los albinegros recuperan sus señas de identidad y derrotan al Córdoba en un duelo agónico.
-
Alhassan Koroma, autor del golazo de la victoria en el minuto 28.
- El Municipal despide a los de casa con un emocionante ¡Sí se puede!.
¡Sí se puede, sí se puede! El Municipal dictó sentencia tras el pitido final. Todos a una, una única garganta, un único sentimiento. El añejo estadio, en pleno proceso de rejuvenecimiento, lo hizo como solo está al alcance de los balonos de bien. Festejó como si fuese la última la agónica victoria de la Balompédica sobre el Córdoba en un partido que parecía no acabar nunca. De esos que secan el paladar y a poco que te despistes provocan overbooking en el servicio de urgencias del nuevo hospital. La Balona sigue viva, como dijo el añorado Luis Manciño. Que ya es mucho, muchísimo, tal y como se puso la cosita al mediodía. Dos puntos con nueve por jugarse no es una distancia insalvable. Y con el primer triunfo en diez jornadas todo se antoja más factible.
Para acercarse a ese sueño -o alejarse del infierno, eso ya al gusto del consumidor- la Balompédica hizo lo que le exigía su afición: querer. Ponerlo todo. A estas alturas y con la soga al cuello como juegue no le importa a nadie. Su gente lo que exige es que quiera, que pelee, que compita. Y con eso le fue suficiente para ganar a un conjunto califal que es una sombra de sí mismo. Hay vida, hay esperanza. Hay Balona. Aquí nadie se rinde. Nadie.
Hacerle la autopsia futbolística al Balona-Córdoba resulta complicado. Porque hay partidos que son mucho más que noventa minutos de fútbol. Que van más allá de debates tácticos y de actuaciones personales. Y porque además eso importa entre poco y nada. El Balona-Córdoba fue, sobre todo, una cuestión de sentimientos. Y ganó el que más quiso. El que más peleó los balones divididos. El que contó con una hinchada que -como pidió Javier Bautista en este escaparate- llegó al estadio sin hachas de guerras, sin mirar hacia atrás. Como si todos llevasen en sus invisibles mochilas un trocito infinitamente pequeño del sueño de la salvación y tuviesen el convencimiento de que solo era cuestión de juntarlos.
El Córdoba avisó a los once minutos. En plan malasombra. En plan ojo que te estarás jugando mucho pero yo no te voy a regalar nada. Sin embargo el disparo malintencionado de Marco Camus lo interceptó bien Alberto Varo.
Poco a poco la Balona fue desprendiéndose de esas cadenas agobiantes que proporciona la responsabilidad, el miedo a perdelo todo. El equipo de La Línea fue haciéndose presente. Creciendo. De la mano de un Omar Perdomo motivado, valiente, vertical. Un disparo suyo fue el primer intento, pero se marchó alto. Un centro del canario se paseó por el área y Joao Pedro no llegó de puro milagro.
Un momento antes del parón para refrescarse llegó el gol. El golazo. Un pelotazo largo de Borja López que se tragó la defensa. Alhassan Koroma lo leyó perfectamente. Controló con un toque y levantó el esférico por encima de la salida de Carlos Marín. Esas cosas que solo hacen los futbolistas diferentes. Esas cosas que le hace Alhassan Koroma casi siempre al Córdoba. Hacía mucho tiempo que un gol no se celebraba con tanta rabia dentro y fuera del terreno de juego. No es para menos. Supone la llave para seguir creyendo. O para seguir soñando, que para el caso es igual.
Antes del intermedio Kike Márquez dejó su única pincelada. Le arrebató un balón a Jesús Muñoz y lanzó con mala uva. Pero estaba Varo. Como casi siempre.
La segunda mitad se hizo eterna. Inacabable. La Balona se replegó para defender una renta valiosísima y el Córdoba no supo cómo meterle mano. Ni con los cambios ni sin los cambios. Da un poco de grima ver a un equipo hecho con tanto dinero demostrar tan pocos recursos en el césped. Está cortocircuitado mentalmente. Y ni puede ni, lo que es peor, hace nada por disimularlo.
Enfrente los de blanco y negro. Que esta vez sí representaron como se debe la túnica albinegra que portan, que es sagrada para los que le miran desde arriba. Solidarios a más no poder. Bien situados. Sacrificados. Jugando cada balón como si fuese el último. Sin hacer concesiones. Al más puro estilo Recia. Y cuando era preciso, practicando lo que los cursis llaman el otro fútbol. Como si todo eso no formase parte de este bendito deporte.
Víctor Basadre -que por cierto se apuntó su primer triunfo como míster balono, algo tendrá el hombre que ver- llegó a relevar a Joao Pedro, que ejercía de referente, para apuntalar el centro del campo con Alu Koroma. Todo con tal de que el Córdoba no jugase. Y no jugó. En esos cuarenta y cinco minutos apenas un par de escaramuzas por parte y parte. Pero eso, escaramuzas sin más.
El reloj parecía no caminar. Y el árbitro, enfadado porque habían desaparecido los recogepelotas, alargó aún un poquito más la agonía. El pitido final que sonó como a música celestial después de tanta angustia. De tanto miedo a que todo acabase. Y, como si se tratase de una final, abrazos entre resoplidos y miradas de complicidad. Y, por qué no escribirlo, entre alguna lágrima porque más de uno había visto el precipicio demasiado cerca. Y de fondo el ¡sí se puede sí se puede! de más de dos mil quinientas almas, convencidas de que el milagro [deportivo] es posible. A ver quién es el gracioso que les lleva la contraria.